Un extraño en mis dominios (Sobre el cuento original: La bestia en el armario)
Estaba yo-terrible ser mitológico de pelo escaramuzado y oscuro con ojos siniestros- tan tranquilo en mi armario, comiéndome un zapato cuando...ese mismo día, a la hora de la siesta, en medio de un sepulcral silencio, surgió, de repente, un agudo y estridente chirrido proviniente del crujir de las escaleras.
Asustado, me recogí en una de las profundas esquinas de mi morada. Pensaba que jamás llegaría (él, ella, ¿qué?) hasta donde yo estaba: el armario...
Desde la poca visibilidad que, entre un abrigo y otro, se ofrecía, pude contemplar como la puerta derecha del armario se abría enérgicamente. Una intensa y diurna luz me cegó por completo los ojos. Creía que ése sería mi fin.
Sólo podía oír el murmullo de un niño...¿¡de un niño!? Entonces no tenía de que preocuparme...
Cuando me recuperé, puede observar que era el mismo niño que había en las fotos del álbum. Pensé que podía ser el hijo de mis amos. Así que me limité a observar.
Sin embargo, el chico no paraba de vaciar el armario, si seguía así me iba a descubrir. así que me escondí en el otro compartimento, como un lobezno al abrigo de su madre...
Tardíamente, pude escuchar el leve tintineo del sobre donde estaban la llave y los dientes. Fue entonces cuando empecé a preocuparme de verás...
De repente sacó "EL TARRO"; ¡¡No sé cómo lo encontró!!
Pero fui más rápido que él, y antes de que lo pudiera abrir, me abalancé como si fuese un león. ¡Sí! Se lo quité de las manos como se le quita un caramelo a un niño pequeño.
Él se asustó tanto que salió corriendo...
Por fin, pude estar en paz, en paz hasta que, el dichoso niño, una noche de insomnio abrió la puerta del armario con la llave que había en el sobre...
La bestia en el armario. Final alternativo (La historia continúa)
De repente, un sudor frío recorrió toda mi espalda. De la oscuridad surgieron dos llamas amarillentas e incandescentes, como si de grandes ojos de gato se tratase. Di media vuelta más rápido de lo que yo mismo pude imaginar. Sucesivamente, forcejeé con la puerta con todas mis ganas , sin embargo, no se abrió.
Lentamente, oía algo parecido a unos lentos pasos, profundos y solemnes que se acercaban tras de mí. Sabía que no podía hacer otra cosa, así que me limité a rezar. Súbitamente y tras un golpe de rabia, afronté aquello que se acercaba y me volví a dar la vuelta.
Aquello que contemplaban mis ojos no se podía describir, mas si puedo decir que aquellos ojos que en un principio vi, me hicieron pensar; dejé de estar acosado por aquella primera impresión maléfica, me resultaron incluso familiares...
Unas manos de uñas extremadamente largas y retorcidas se abalanzaron sobre mi cara. Me agarraron un moflete, enrrojeciendo mi carrillo hasta casi hacerlo sangrar y, con una voz débil y aguda, aquel ser me dijo:
-¡Ay, ay, ay! ¡Mi nietecito!
A lo que yo respondí:
-Ya, yaa, ¿abuela Pepa?
-¿Eeh? contestó, ella.
Sí, efectivamente, era típico de mi abuela no enterarse bien de las cosas. Pero la cuestión era que está vez las cosas habían ido demasiado lejos, ero algo rarísimo, al parecer, había mutado a causa de haberse pasado dos o tres años ahí, en el armario, encerrada, comiendo ratas y cucarachas en mal estado.
Pero a mí, sinceramente, me daba igual, pues ella era la única familia que me quedaba...
Asustado, me recogí en una de las profundas esquinas de mi morada. Pensaba que jamás llegaría (él, ella, ¿qué?) hasta donde yo estaba: el armario...
Desde la poca visibilidad que, entre un abrigo y otro, se ofrecía, pude contemplar como la puerta derecha del armario se abría enérgicamente. Una intensa y diurna luz me cegó por completo los ojos. Creía que ése sería mi fin.
Sólo podía oír el murmullo de un niño...¿¡de un niño!? Entonces no tenía de que preocuparme...
Cuando me recuperé, puede observar que era el mismo niño que había en las fotos del álbum. Pensé que podía ser el hijo de mis amos. Así que me limité a observar.
Sin embargo, el chico no paraba de vaciar el armario, si seguía así me iba a descubrir. así que me escondí en el otro compartimento, como un lobezno al abrigo de su madre...
Tardíamente, pude escuchar el leve tintineo del sobre donde estaban la llave y los dientes. Fue entonces cuando empecé a preocuparme de verás...
De repente sacó "EL TARRO"; ¡¡No sé cómo lo encontró!!
Pero fui más rápido que él, y antes de que lo pudiera abrir, me abalancé como si fuese un león. ¡Sí! Se lo quité de las manos como se le quita un caramelo a un niño pequeño.
Él se asustó tanto que salió corriendo...
Por fin, pude estar en paz, en paz hasta que, el dichoso niño, una noche de insomnio abrió la puerta del armario con la llave que había en el sobre...
La bestia en el armario. Final alternativo (La historia continúa)
De repente, un sudor frío recorrió toda mi espalda. De la oscuridad surgieron dos llamas amarillentas e incandescentes, como si de grandes ojos de gato se tratase. Di media vuelta más rápido de lo que yo mismo pude imaginar. Sucesivamente, forcejeé con la puerta con todas mis ganas , sin embargo, no se abrió.
Lentamente, oía algo parecido a unos lentos pasos, profundos y solemnes que se acercaban tras de mí. Sabía que no podía hacer otra cosa, así que me limité a rezar. Súbitamente y tras un golpe de rabia, afronté aquello que se acercaba y me volví a dar la vuelta.
Aquello que contemplaban mis ojos no se podía describir, mas si puedo decir que aquellos ojos que en un principio vi, me hicieron pensar; dejé de estar acosado por aquella primera impresión maléfica, me resultaron incluso familiares...
Unas manos de uñas extremadamente largas y retorcidas se abalanzaron sobre mi cara. Me agarraron un moflete, enrrojeciendo mi carrillo hasta casi hacerlo sangrar y, con una voz débil y aguda, aquel ser me dijo:
-¡Ay, ay, ay! ¡Mi nietecito!
A lo que yo respondí:
-Ya, yaa, ¿abuela Pepa?
-¿Eeh? contestó, ella.
Sí, efectivamente, era típico de mi abuela no enterarse bien de las cosas. Pero la cuestión era que está vez las cosas habían ido demasiado lejos, ero algo rarísimo, al parecer, había mutado a causa de haberse pasado dos o tres años ahí, en el armario, encerrada, comiendo ratas y cucarachas en mal estado.
Pero a mí, sinceramente, me daba igual, pues ella era la única familia que me quedaba...
Javier Olmedo, Alejadro Arjona y Rafael Imad (con la inestimable colaboración de (Super)Antonio Pacheco; 1ºC.
La niña del dormitorio (Sobre el cuento original: La bestia en el armario)
Cuando la niña abrió el armario, noté que cogía la caja donde estaba escondido. La abrió y, al verme, salió corriendo. Lástima, yo quería ser su amigo. Como decía, se asustó y salío corriendo. ¡Pero yo sólo pretendía ser su amigo y, además, no tengo aspecto de dar miedo! Vale que tengo unos ojos grandotes, una boca de oreja a oreja y dos manitas, pero no es para tanto.
Después me fui y me metí debajo de una cama para darle una sorpresa, y de nuevo, se asustó, no sé porqué. Qué intriga, quiero saber porqué no quieres ser mi amiga.
Como la niña se asustó de mí, se metió en una trampilla que llegaba al sótano, dicho pasadizo estaba escondido bajo la cama.
En el sotano había muchos recuerdos de los padres de ella y, cuando ésta bajó, al ver todo aquello, noté que caía agua por sus ojos, no sé porqué, pues era algo extraño. Salía, además, un ruido de ella. Después, se secó el agua y se puso a mirar los albumes de fotos, sin darse cuenta de mi presencia. Al darse cuenta, esta vez reaccionó de manera diferente, se dio cuenta de que no quería hacerle daño y me deleitó con una bella sonrisa.
Vi sus fotos, las de su madre y las de su padre. Nos entristecimos y yo la consolé, más tarde fui a la cocina y le di un vaso de agua para que se tranquilizara. Le hice alguna que otra gracia y al final se animó bastante.
Vino su tía del mercado y, al ver que la niña tenía los ojos rojos y con agua, le preguntó que qué le pasaba, aunque se hacia una idea del porqué de aquel llanto. La niña le dijo que quería vera sus padres, pero su tía sabía que, lógicamente, aquello era imposible. Yo, por mi parte, me escondí para que la tía no se asustara de mí. Me refugié en el armario, en un rincón oscuro detrás de la ropa.
El tiempo pasó, la niña creció y terminó por olvidarse de mí...
Después me fui y me metí debajo de una cama para darle una sorpresa, y de nuevo, se asustó, no sé porqué. Qué intriga, quiero saber porqué no quieres ser mi amiga.
Como la niña se asustó de mí, se metió en una trampilla que llegaba al sótano, dicho pasadizo estaba escondido bajo la cama.
En el sotano había muchos recuerdos de los padres de ella y, cuando ésta bajó, al ver todo aquello, noté que caía agua por sus ojos, no sé porqué, pues era algo extraño. Salía, además, un ruido de ella. Después, se secó el agua y se puso a mirar los albumes de fotos, sin darse cuenta de mi presencia. Al darse cuenta, esta vez reaccionó de manera diferente, se dio cuenta de que no quería hacerle daño y me deleitó con una bella sonrisa.
Vi sus fotos, las de su madre y las de su padre. Nos entristecimos y yo la consolé, más tarde fui a la cocina y le di un vaso de agua para que se tranquilizara. Le hice alguna que otra gracia y al final se animó bastante.
Vino su tía del mercado y, al ver que la niña tenía los ojos rojos y con agua, le preguntó que qué le pasaba, aunque se hacia una idea del porqué de aquel llanto. La niña le dijo que quería vera sus padres, pero su tía sabía que, lógicamente, aquello era imposible. Yo, por mi parte, me escondí para que la tía no se asustara de mí. Me refugié en el armario, en un rincón oscuro detrás de la ropa.
El tiempo pasó, la niña creció y terminó por olvidarse de mí...
Jaime Belmonte, Ana Martínez, Mónica Canalejo y Silvia Cubiles; 1ºC.
Papá, ¿hay humanos fuera del armario? (Sobre el cuento original: La bestia en el armario)
Os voy a empezar a contar una historia. Me llamo Kukushumusho, pero me llaman Kuku.
Vivo, junto a mi familia, en un armario muy espacioso, aunque no sabemos a quién pertenece.
De pequeño, mi hermano murió y lo metimos en un tarrito, algo que para nosotros es lo más valioso del mundo.
Después de estar muchos años tranquilos, cierto día, mientras dormíamos, nos sorprendió bastante que, de repente, se abriera la puerta derecha de nuestro armario. Menos mal que nosotros estábamos en la parte izquierda, cuya entrada tiene una llave diferente que está escondida.
Nuestro padre estaba aterrorizado y, al verlo así, me derrumbe y le dije:
-Papá, ¿hay humanos fuera del armario?
Mi padre me dijo que no, para no alarmarnos, yo le creí, hasta el momento en que volvimos a escuchar los pasos. De repente, se volvió a abrir la puerta y unas manos se pusieron a sacar cosas. Entre ellas el tarrito que contenía a mi hermano y los dientes de mi abuela.
Mi padre, sin pensarlo dos veces, nos apartó a todos, sacó las manos y agarró el tarrirto que contenía a mi hermano; el hombre se asustó tanto que que tiró los dientes de la abuela y, con ellos, la llave escondida que abre la parte izquierda del armario, la cual, además, abre las puertas de nuestro mundo.
Al final no podíamos seguir así, sabiendo que en algún momento podría descubrir nuestro mundo, así que tuvimos que armarnos de valor y matamos al humano. Con los órganos sobrantes, le hicimos un trasplante a mi fallecido hermano que, de este forma, pudo volver a vivir.
Ahora todos somos felices.
Helena Álvaro, Julia Domínguez y Keila Lombardo; 1ºA
Vivo, junto a mi familia, en un armario muy espacioso, aunque no sabemos a quién pertenece.
De pequeño, mi hermano murió y lo metimos en un tarrito, algo que para nosotros es lo más valioso del mundo.
Después de estar muchos años tranquilos, cierto día, mientras dormíamos, nos sorprendió bastante que, de repente, se abriera la puerta derecha de nuestro armario. Menos mal que nosotros estábamos en la parte izquierda, cuya entrada tiene una llave diferente que está escondida.
Nuestro padre estaba aterrorizado y, al verlo así, me derrumbe y le dije:
-Papá, ¿hay humanos fuera del armario?
Mi padre me dijo que no, para no alarmarnos, yo le creí, hasta el momento en que volvimos a escuchar los pasos. De repente, se volvió a abrir la puerta y unas manos se pusieron a sacar cosas. Entre ellas el tarrito que contenía a mi hermano y los dientes de mi abuela.
Mi padre, sin pensarlo dos veces, nos apartó a todos, sacó las manos y agarró el tarrirto que contenía a mi hermano; el hombre se asustó tanto que que tiró los dientes de la abuela y, con ellos, la llave escondida que abre la parte izquierda del armario, la cual, además, abre las puertas de nuestro mundo.
Al final no podíamos seguir así, sabiendo que en algún momento podría descubrir nuestro mundo, así que tuvimos que armarnos de valor y matamos al humano. Con los órganos sobrantes, le hicimos un trasplante a mi fallecido hermano que, de este forma, pudo volver a vivir.
Ahora todos somos felices.
Helena Álvaro, Julia Domínguez y Keila Lombardo; 1ºA
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